sábado, 3 de julio de 2010

Pero a la hora en que me leas sabrás que cuando hablaba era contigo. Y que no era yo solo.

36

Pues tal vez; quién dijera.
Si estuviera a las vueltas, atmosférico.
Si fuera todo; si el descubrimiento
de América y las islas
fuera cuestión de abrir de par en par
nuestras ventanas carabelas,
para encontrarla allí, como en un libro
de la escuela primaria.
Limpia y acicalada, con sus indias
de perlas, con sus indios fumadores
en salones de concha y de palmeras.
Si está girando en torno.
Fuera, quizá, bastante con pensarlo.
Si por eso, de golpe, se me acusa
la comezón imperativa
de escribir un poema
de amor; precisamente ahora
que a nadie estoy amando; ahora,
cuando nadie me ama,
y poder hablar de la extranjera
sólida, cálida y concreta,
prefabricada para mi costado,
y que no me recuerda, y se avecina
plena de sales y de azúcares
y de presagios indudables.
Surge, alma mía, de las cosas amargas,
y algo más alto canta, y más alegre.
Endomíngate, alma, en esta hora.
Y pues una botella y su mensaje
náufrago entre las olas justifican
la existencia del mar, ¿de qué afligirte,
si hay tanto barco y tanto tren viajando
y tantas cartas en el pico
de tanta golondrina, y en el aire
—rayas y puntos— tanto telegrama?
Precisamente ahora,
quiero cantar de aquella usted que de repente,
sin saber qué ni cómo,
habrá de ser mi igual irremisible
al llamarme de tú.
— Y era bastante,
pensaré, con pensarlo.
Si era cosa de abrir una ventana;
si el mundo gira en torno.
Estoy hablando solo cuando escribo.
A como soy, ajusto y mido y borro.
Pero a la hora en que me leas
sabrás que cuando hablaba era contigo.
Y que no era yo solo.

37

Crece la torre nueva en el naufragio
del muro combatido;
del alveolo de la sal, el rumbo
celeste de la espiga, el transparente
olor de la manzana, y surgen
el olivo y su perla amarillenta
y los suntuosos pórticos del vino.
Canto que no aprendí, silencio
en que instituye el canto las raíces.
Y establecida sobre el alma, sube
la lengua: cera y pábilo
bajo voraz corona encandecida.
Ámbito de la casa es, y casa del traje,
y traje para el cuerpo,
y cuerpo de la voz.
Esfuerzo mío,
tribu de sílabas concordes,
ábreme campo afuera. Tú, que puedes,
introdúceme al coro; así, al oficio
de fundar la ciudad sobre cenizas
de vencidas ciudades. Buen oficio.
Derrame el canto sus caminos
como una primavera de cimientos.
Cirio sonoro, fundación, arroyo
de abejas parcas, arribando
al seno acelerado de la llama.
No solamente mínimo
brasero, engarce de la ofrenda
en aroma desnudo que desgarra
sus ropajes de humo;
sí manantial de macizas paredes,
de azules templos para bordadoras
calladas, de albañiles coronados,
de dulces padres carpinteros,
de manos como príncipes que rijan
el sabor unitivo de la espada.
Oh, si me fuera dado el alegrarme
con mi fuerza de hombre, si mi orgullo
(¿a quién volver los ojos?),
como el amor, clarísimo al mirarte,
para siempre naciera,
y en torno, y habitada y ofrecida,
la ciudad y la gente suscitada
por el orden del canto.
En esta hora
y mientras en la plaza, el más valiente cumple el parto viril de la
futura
gloria de su bandera. Golpe
de sol, racimo grave de linajes.
Y estar herido y pobre, y estar vivo
y vencedor, y redimido,
y para siempre ya desenterrado.

38

Esta noche de trenes,
de poblaciones emigrando,
de corporales sueños, de violadas
respiraciones en la arena
movediza del viaje, lo recuerdo.
(Fue, tal vez, necesario el incipiente
amor; callar a solas con extraños,
y las cosas más tiernas,
mientras la boca se endurece
y una crecida barba, de cadáver
reciente, me prolonga.)
Y sin embargo, cuántas veces
te habrán reconocido; por los ojos,
o por la ausencia que dejaste;
por el cabello sobre el hombro, al irte,
y el andar que descubre lo que eras.
Pues sé que nos pusieron,
al nacer, otro nombre, y un camino
que recorrer, y un tren para el camino.
Un tren sonámbulo que huye,
en dirección opuesta, irreversible,
de los que cruzan ya perdidos;
por un saludo heridos ya de muerte,
marcados para siempre, señalados;
buscadores de un signo en la mazorca
muchedumbre de rostros.
Y todo esto sin falta, aconteciendo; todo pasando,
todo viniendo y alcanzando y yéndose.
Amiga, no me olvides; no me olvides,
amigo; no te pierdas, espérame.
Como a la máscara del baile,
vengo de lejos a ocupar mi cara;
por detrás y en silencio, a mis balcones
lacrimales, al sabor de mi boca,
al olor de las cosas que esperabas.
Estoy sin tierra firme; estoy saliendo,
a donde quiero, de estas últimas
lentas horas de viaje que termina;
sombra larguísima, pantano
de silbatos, de ruedas que repiten
su palabra distinta a cada uno;
estaciones mendigas, como fechas
alumbradas apenas, donde duele
lo que se aprende dormitando.
No me olvides, espérame.
Yo, el de las cartas sin destino;
el de palabras no creídas,
el que siembra en lo oscuro, te lo pido.


(Último tres poemas de Fuego de Pobres, del Maestro Rubén Bonifaz Nuño)